sábado, 23 de julio de 2011

A mi padre, otra vez

"Las horas largas y la vida breve"
Vladimir Jankélévitch


Antes que nada lamento haberte escrito esas cosas que te dije por este mismo medio hace un buen tiempo. Lo escribí con la cabeza caliente, es el texto que menos me he demorado en escribir en toda mi vida. Escribir es una actividad que se me hace muy difícil -me demoro madrugadas enteras escribiendo cualquier cosa-, pero ese día la rabia, junto con el deseo de demostrar quién era más a la hora de ofender, hicieron que escribiera sin pensar y, por ahí derecho, que dijera lo que dije aquella vez.


No soy persona de arrepentimientos, podría decirse que gracias a ese acontecimiento por lo menos Javier -a quien todavía no sé por qué aun estimo- volvió a escribirme y por medio de correos electrónicos acordamos que seguiríamos teniendo una relación fraternal. Aunque, todo hay que decirlo, a dicha relación le salen lunares cada vez que me entero que viene a Colombia y no tiene el gentil detalle de venir a saludarme. Sus razones tendrá. Pero ese no es el tema.

Creerás que vuelvo a dirigirme a vos para enviarte el veneno que no alcancé a mandarte aquella vez por medio de mis palabras. Yo de ti creería lo mismo, pero no.

Te escribo para que sepas que a pesar de todo reconozco que sos un buen hombre, un buen hombre al que la vida y yo te cobramos caro los errores que cometiste. Lamento que hubiéramos terminado la relación padre-hijo de esa forma. No sé en qué momento rompimos ese vinculo que nos unía, ambos sabemos que no solo se trata de la pelea de aquel 31 de diciembre, eso solo fue la gota que rebosó la copa, lo de nosotros se venía deteriorando desde antes, creo que desde siempre.

A veces -medio en serio medio en joda- le digo a mi mamá que ella es la mejor madre del mundo, que no cabe la menor duda, pero, con todo y eso, no supo escogerme ni padrinos ni papá.

Con lo de mis padrinos -¿cómo es que se llaman?- frunce el ceño y dice que eso es culpa tuya, que vos los escogiste. Con lo del padre sí se pone seria y argumenta que vos eras una excelente persona, que te hiciste cargo de tu madre y tus hermanos cuando quedaron huérfanos de papá. Que trabajaste muchísimo para sacarlos adelante. Agrega que no sabe qué pasó cuando se casaron que cambiaste tanto. Te volviste un bebedor, un patán, un… mejor no hablemos de eso.

Mi madre siempre trató de persuadirme para que te perdonara, para ella también fue duró saber que su hijo estaba lleno de sentimientos negativos. Sé que voy a ser padre, no ahora, claro, pero algún día lo seré. De hecho quizá sea mi mayor sueño. Ella me dice que precisamente por eso es que debo perdonarte, porque yo algún día seré padre y tal vez, Dios no lo quiera, me pase lo mismo que pasó con vos. Yo le digo que al contrario, que es precisamente por eso, porque me pasó eso con vos es que yo seré el mejor padre del mundo. Eso te lo prometo a ti, a ella, a mis hijos. Ya veremos, el tiempo lo dirá.

Se equivocan quienes dicen que yo guardo rencor en mi corazón, mi corazón es tan pequeño que no hay lugar para el rencor. Nunca te he deseado el mal. Si no te perdono es porque ya no hay ningún vínculo contigo, mis sentimientos hacia ti son nulos, ni buenos ni malos: nulos. No me imagino volver a decirte papá, no me nace, no me sale. Eres un desconocido para mí.

Valoro los intentos que hiciste de acercarte después de que peleamos aquel 31 de diciembre de 2004, infortunadamente fueron solo eso: intentos. Intentos porque tu verdadero gesto vino 3 años después, demasiado tiempo. Ya no había nada por rescatar. Absolutamente nada. Nunca he llorado tanto como la vez que recibí esa carta. Primero quise devolvértela, después pensé en romperla y tirarla a la basura, pero terminé quedándome con ella y aun la conservo.

Siempre admiré tu excelso humor. Él mío es igualito, así, en ocasiones hasta incomprendido. Mi humor es tan negro que a veces se hace trenzas y rapea. Por desgracia así también se convirtió mi alma.

Nadie jamás pudo llenar el vacío que dejaste, ni mi mamá. Lo digo porque a ella a veces le ofende mis sarcasmos. En cambio, podría apostar que vos al menos te reirías de mis desfachatadas ocurrencias, así fueras vos mismo la víctima.

No creas, viejo –creo que así te diría si te hablara-, yo también he pagado muy caro el haber cortado relaciones contigo, me he refugiado en una soledad totalitaria, gigante, traicionera. Dejé de ser amiguero, desarrollé la estúpida cualidad de alejar a las personas que de una u otra forma quisieron acercarse. Con nadie hablo de mis asuntos, no tengo con quien debatir temas que me apasionan, a veces con Jair hablo de política pero a él el uribismo lo tiene cegado. Sé que contigo podría pasar horas hablando sobre cualquier cosa: si es de publicidad yo te enseñaría; si es de derecho, seguro serías tu el que me ilustraría, como siempre lo hiciste. Y así, sé que te leerías los libros que te recomendara, siempre mostraste un profundo interés sobre mis gustos, mis pasiones. Como la vez que compraste los uniformes de futbol para que jugáramos los interclases en el colegio, eran de La Roma, ¿te acordas el golazo de tiro libre que hice en el primer partido? Íbamos perdiendo 1-0 y con ese gol empaté, luego mi compañero Henao anotó el de la victoria a tan solo minutos que se acabara el partido. ¿Quién iba a pensar que ese iba a ser el último partido que me irías a ver? ¿Quién iba a pensar que estábamos a dos meses de pelearnos y dejar de hablarnos de por vida? Siempre me gustó que me fueras a ver jugar futbol.

Recuerdo también cuando me compré -¿o me compraste? No recuerdo bien- el CD de los Red Hot Chili Peppers, me arriesgo a decir que nunca habías oído hablar de ellos, sin embargo me pediste que te quemara el CD para que lo pudieras escuchar y así hacerte a una idea de cómo era mi gusto musical. Gusto que, apropósito, debo haberlo sacado de ti –y muchísimas cosas más- porque ¿cómo se explica que a mí me encante Piero, ah? Dime por favor que a vos te gusta, yo no sé, no recuerdo bien, pero podría apostar todo mi capital –que en estos momentos son $42.000- a que simpatizas con Piero. Siempre que lo escucho me acuerdo de vos. La primera vez que oí más de dos canciones seguidas de él fue como un año después de que peleáramos, daban un concierto de él en Telepacifico y yo, sin siquiera saber de quién se trataba, dejé de cambiar los canales y me quedé ahí oyéndolo cantar. De inmediato fui a bajar de internet muchas de sus canciones. Me encantó.

Sé que has tratado de estar al tanto de mis cosas lo más que has podido, supongo que sabes qué estudio, en qué semestre voy y cómo me ha ido. Solo te puedo contar que soy inmerecidamente afortunado. Si no me ha ido mal en la vida es porque Dios es pana mío, no porque yo no haya hecho meritos.

Lamento lo que nos pasó, de verdad, lo lamento muchísimo. Pero las cosas seguirán igual.

PD: Ruego el favor que le digan a Javier David, la próxima vez que venga, que si se quiere venir a quedar a mi casa algunos días como la otra vez.

PD2: Algunos dirán, como la vez pasada, que estas cosas tan personales no se publican. Ante eso no puedo (ni quiero, más que todo) debatir. Simplemente déjenme, así soy yo.

viernes, 1 de julio de 2011

Segundo año

"En la vida me han hecho tantos elogios inmerecidos,
que bien me puedo aguantar una crítica inmerecida" Lichtenberg

Soy el primero en lamentar que se haya perdido parte del entusiasmo con el que inicié este blog hace exactamente 24 meses. Durante el primer año conté cada cosa que me pasaba: que me operaron el pirulo, que me fracturé, que fui a sacar la libreta militar, en fin; todos esos acontecimientos dignos de contar fueron escritos y publicados con tal dedicación que la pasión que le cogí a la escritura es casi comparable con la que le tengo a la publicidad, al fútbol y a la lectura. Casi comparable, digo, pero ahí va llegando.

Decía que en los primeros 12 meses del blog fue tal el entusiasmo, que para celebrar el primer aniversario hice un especial donde conté con la colaboración de 17 generosas personas quienes se tomaron el trabajo de escribir algo para este blogcito. A todos ellos mil y mil gracias de nuevo. Esta vez no tendremos nada por el estilo -aunque doña Yaneth me ha hecho saber reiteradamente su deseo de volver a escribir para el blog, pero aún no me decido a complacerla con eso, supongo que de nuevo contará anécdotas sobre mí y no sé eso qué tanto pueda perjudicarme-.

Durante estos 2 años han pasado cosas muy bacanas con el blog. Quienes conocen la esencia del mismo saben que este no es un blog pretencioso -aunque al decirlo públicamente caigo en aquella pretención que tanto me fastidia-. Cosas muy bacanas, decía, como la vez que una amiga llamó a La W a recomendarlo; o cuando Daniel Samper Ospina, Jaime Bayly y otro par de autores que admiro tuvieron la gentileza de decirme que leyeron el blog y, además, dizque les había gustado -no es que dude de su buen criterio, pero, bueno, dejemos así-; o cuando me entrevistaron en el programa de televisión Tiempo Real -vivo apenado con esa gente por todo el rating que seguro les hice bajar-.

En fin, esas cosas quizá se las cuente durante este mes en algo que podríamos llamar “24 Anécdotas, cosas y datos sin importancia –reales o no- que usted no sabe sobre El Hijo de Yaneth (el blog)”, digo quizá porque aun no lo he escrito y me da vaina no cumplirles. El caso.

A comienzos del 2011 sentí los primeros síntomas de dicho entusiasmo perdido: los momentos que reservaba para escribir los terminaba utilizando para devorarme los libros que me compra mi mamá –siempre he admirado su insaciable lucha para sacarme de la ignorancia en la que regularmente me sumerjo-; las historias que se me ocurrían me parecía algo insulsas, sabiendo que en el pasado seguro las hubiera hallado fascinantes para contarlas –tengo muchos apuntes, borradores y textos inconclusos; como la vez que me presente en Protagonistas de Nuestra Tele. Estoy seguro que si la hubiera terminado, seguro les habría gustado al menos un poquito-; y ni hablar de las veces que me decidí a publicar y me demoraba semanas enteras terminando el texto, cuando antes lo hacía en tan solo dos madrugadas. Son comportamientos naturales que, si uno no hace nada para superarlos -como es mi caso- terminan ganándole la batalla a uno. Además siempre me ha gustado hacer la cosas de buena manera, por eso no concluí los textos que les hablé anteriormente, porque no me sentía bien con ellos, creía que si los publicaba así, mediocres, sin gracias, insulsos, estaría engañando el poco público que me lee, que no les estaba ofreciendo lo mejor de mí. En fin.

Igual no me quedé sin escribir, lo hacía pero en otro lado: en páginas de Word que nunca verán la luz, en twitter, en mis libretas de apuntes, incluso en un trabajo que hasta ahora no se ha visto remunerado. Por fortuna no he dejado de escribir. Y espero, por mi estabilidad mental, que nunca deje de hacerlo. Aunque primero va a estar mi carrera, mi fútbol, mi lectura y mi familia.

jueves, 5 de mayo de 2011

La profecía

Desde que hay carro en mi hogar, una pelea muy recurrente que tengo con mi mamá es que a ella no le gusta que ande muy rápido, se le alteran los nervios, se prende del asiento del copiloto de donde puede -tal cual garrapata- y me pide muy sulfurada que le baje a la velocidad.

Un día, por ejemplo, íbamos ella, mi abuela y yo rumbo a Yumbo a visitar a unos familiares, en el viaje me jodió todo el camino para que le bajara a la velocidad: “papi, bájele”, “papi, bájele”, “papi, bájele”, decía. “Tranquila má”, “tranquila má”, tranquila má”, le respondía. Y mi abuela callada.

La carretera estaba en perfecto estado, íbamos de día y la velocidad no superaba los 100 kilómetros por hora.

Me azaró de tal forma que mi reacción fue contestarle duro, le dije que me dejara manejar tranquilo, que no me dijera más nada y que de no ser así, que bien podía coger las llaves y seguir manejando ella, que yo me devolvía para Cali sin importar que ya estuviéramos a mitad de camino.

Esa vez la discusión quedo ahí, pero un día, hablando con mi hermana y otros allegados, salió el tema a colación y mi mamá nos confesó que a ella no le gusta que uno maneje rápido porque "uno nunca sabe que puede pasar" y, sobre todo, porque de pronto –y cito sus propias palabras- “se sale una llanta”.

A mí me dio entre risa y rabia ese argumento, ¿por qué siempre tienen que pensar –y generalizo porque sé que así son la mayoría de las mamás- que algo malo va a pasar? Uno tiene que ser precavido, sí, tener cuidado y todo lo que ellas quieran, ¿pero que se salga una llanta? O sea, mamá, si se sale una llanta nos matamos. Punto. Vaya uno a la velocidad que sea. Nos matamos.

Hace poco un comercial decía que las mamás ven el futuro, y puede que sea cierto, pero, como diría “Suso el paspi” -héroe de barro de nuevas generaciones-, eso es “interesante pero discutible”. Tal vez ese poder de pitonisas sólo les sirve cuando se trata de cosas malas. Porque vaya y digan: “hijo, no te preocupes por no haber estudiado para el parcial, algo me dice que lo vas a ganar”. No. Seguro no sucede.

En cambio lo ven a uno estudiando toda la semana, trasnochando, y el día del parcial se les ocurre decir: “ay mijo, váyase media horita más temprano, uno no sabe que pueda pasar, ¿Qué tal que se vare el bus?”. Y uno no les hace caso y tenga, fijo se vara el bus, uno llega tarde y no lo dejan entrar a presentar el parcial -aplica también para atracos, tronchadas de pie, aguaceros, y, quien lo fuera a imaginar, para situaciones relacionadas con las llantas del carro-.

Hace poco llevaba a mi hermana al trabajo muy a las 5:50 a.m., todo parecía normal: iba por la “Simón Bolívar”, la velocidad era apenas la que requiere una vía tan importante como esta y, después de haber pasado varios días, Julito seguía hablando de la boda real –para mí que le quedó gustando el príncipe Harry, pero no se lo sostengo a nadie-; entonces de repente veo que el carro que iba delante de nosotros esquiva con mucha brusquedad un elemento no identificado que hacía las veces de obstáculo en toda la mitad de la carretera. Yo, como no tuve oportunidad de verlo a una distancia considerable para evitarlo a toda costa, terminé pisando con una de las llantas delanteras lo que resultó ser una roca tan grande como un melón y tan deforme como la cara de Valencia Cossio. La pinchada fue fija. Mi hermana se fue en taxi hasta el trabajo y yo quedé ahí a la deriva.

“¡Piensa Julián, piensa!. ¿Qué haría una mente brillante en un momento como estos?” Repetía yo mientras me desanimaba: no es culpa mía que a mi mente no le echaran ega después de haberla construido para que quedara brillante.

¿Qué hacía, ah? Nunca me había pinchado, nunca me había quedado así tan varado. Yo antes era muy pinchado –o al menos eso decían- pero en cuestión de llantas era mi primera vez. Tampoco me he comido una gordita, como para decir que sabía algo sobre la manipulación de neumáticos. Pero nada, mi experiencia con cualquier tipo de llantas, como ya lo dije, era nula.

Pensé en llamar a mi amigo Lozano, a quien siempre le han gustado las “barbie-chonas”, pero cuando saqué el celular éste estaba descargado. No quiso prender. No podía ser más de malas: pinchado e incomunicado. Ah, y sin bañarme, solo faltaba estar sin plata. Y pues, bueno, en la puerta tenía las moneditas que le doy a la gente para que me cuiden el carro. Con eso me despinchaba, ¿no?

El caso. Intenté e intenté pero el celular no quiso prender. Le pedí a Dr. House –el único Dios en quien confío con los ojos cerrados-, pero nada, no prendía.

5 minutos, solo necesitaba 5 minutos de batería para llamar al seguro. Pero fue imposible. Miré al alrededor y ni siquiera vi algún puestico de esos que venden minutos -razón por la cual le pegaré un calvazo al próximo que escuche decir que "esa clase de cosas están en todas las esquinas"-.

Soy de las personas que se las pica de autosuficiente y no le gusta pedirle favores a extraños, ni siquiera me gusta hablar con extraños, si saludarlos, ni mirarlos, nada. A no ser que sea una vieja bien buena, claro, ahí sí le hago de todo tan solo con la mirada. Pero ese es otro tema.

Decía que no me gusta pedir favores a gente que no conozco, pero en esa coyuntura, en esa penosa situación, no quedaba mas que poner cara de buena gente y pedirle a un transeúnte que me prestara por un instante su celular.

No era fácil, yo sé, tanto para mí como para la otra persona. Nadie espera que, después de haber madrugado por la mañana, se te acerque un desconocido con cara de yo-no-fui a pedirte prestado el celular mientras tú lo único que quieres es que pase rápido el bus que te lleva al trabajo.

No tenía otra salida, así que así fue: me le acerqué a un man, le comenté lo que me había pasado, que tenía el celular descargado y que necesitaba llamar al seguro para que vinieran por mí, o algo así. El man al comienzo estuvo un poco escéptico pero al final me pasó su celular con algo de miedo. Y no era para menos, pues, lo que me estaba pasando no era otra cosa que un BlackBerry.

Ahí volví a agradecerle a mi Dios el haberme hecho fanático del Deportivo Cali. Sí, menos mal soy caleño y no tengo cara de hincha americano. Los rasgos físicos del “azucarero” inspiran, ante todo, mucha confianza; en cambio un americano… bueno, dejemos así. Solo espero que no me malinterpreten, no estoy diciendo que todos los hinchas escarlatas sean ladrones. No. Tengo buenos amigos americanos y sé que no es culpa de ellos haber nacido con ese problema en la cabeza, con el tiempo he aprendido a comprenderlos; solo que, dándome la libertad de acomodar una frase de mi amigo Daniel Samper Ospina, es importante resaltar que si bien no todo hincha americano es ladrón, sí todo ladrón es hincha americano. Pero no nos desviemos del tema.

Llamé al seguro –cuyo número lo tenía en la guantera del carro- y me dijeron que por ser la hora que era, no me podían prestar asistencia mecánica, pero sí el servicio de grúa. Les dije que no importaba, que lo que fuera, que lo importante era salir de eso cuanto antes.

Al colgar quise hacerle una broma al man que me había prestado el celular: pensé en hacer el amague de salir corriendo pero después lo pensé bien y decidí no hacerlo, hoy en día uno no puede hacer esas gracias, por cosas menores han pelado a más de uno, y yo aun no estoy en edad de salir en el “Q´hubo”. Ya me imagino el titular del periódico: “pinchado por partida doble”, o “lo quebraron después de pinchar una llanta, ahora su mamá se quiebra en llanto”. Definitivamente no era ni momento ni hora ni lugar para dármelas de chistoso.

Entonces me armé de paciencia, la vieja del seguro me había dicho que la grúa llegaba más o menos en una hora y yo debía buscar la forma de hacer de esa espera lo menos aburrida posible. Lo que hice fue pararme al lado del carro y ver a los demás autos mientras pasaban.

De repente pasó un agente de tránsito por ahí y al verme varado se acercó a preguntarme qué había pasado:

-Venía por acá por la Simón Bolívar y una hijueputa piedra grandísima que estaba en la mitad de la calle me pinchó la llantica –le dije.

-¿Te pinchó una piedra? Huy, que piedra –el muy marica era picado a que bromeaba con su juego chimbo de palabras. Seguro ese día había desayunado payaso.

El agente de tránsito notó que no me había gustado su intento de chiste porque no le dije nada y me limité únicamente a mirarlo feo. Entonces se puso serio:

-¿Y la llanta? –preguntó.

-¿Cuál llanta? –le respondí fríamente.

-El repuesto.

-Ahí dentro del carro. Tengo 5, ¿no los ve?

-No.

-Ahí están: dos adelante y tres atrás. No son puestos cualquiera, déjeme decirle: son los re-puestos.

El tonto ese al comienzo se rió de ese chiste tan bobo pero luego me dijo seriamente que tratara de despincharme rápido, que mirara toda la congestión que se había armado por mi culpa. Yo le dije que bueno, le expliqué que para mí no era divertido estar ahí pudiendo estar en mi casa durmiendo y le comenté que la grúa ya estaba por llegar.

Pasadita la hora llegó la grúa, el operario me saludó muy amablemente, hizo lo que tenía que hacer y en cuestión de un par de minutos ya íbamos camino a la casa. A la casa mía de mi mamá.

Al llegar lo primero que hice fue entrar al hogar y poner a cargar ese tiesto que tengo como celular, después llamé a mi mamá y le conté lo que había pasado.

-Qué hubo, má, me pinché en el carro.

-¿Qué me dijiste?

-Que me pinché en el carro, mamá.

-Hábleme más duro.

-¡Que piché en el carro!

-¡¿Qué?! –gritó alarmada.

-Ah, eso sí lo entiende, ¿no? –definitivamente uno oye lo que quiere oír- que me pinché en el carro, mamá, pinchar del verbo “se volvió mierda la llanta”.

-¿Pero cómo?

Entonces le narré los pormenores del asunto, le dije que había llamado a la grúa y que no se preocupara que ya estaba en la casa.

-Ah bueno –me dijo- cambie la llanta.

-¿Cómo así que cambie la llanta, yo acaso sé hacer eso? Además, ¿Qué llanta voy a cambiar, dónde está la otra?

-La de repuesto está ahí, debajo del carro.

-¿Debajo del carro? –le pregunté entre escéptico y asombrado- ¿cómo va a haber una llanta debajo del carro? ¿No estará mas bien en la bodega?

-Ay hombre, no sea terco que ahí está, debajo. Carolina la vio el día que le hicimos el peritaje al carro, ella me dijo, agáchese y verás –Carolina es una amiga de ella del trabajo, a quien, de ser cierto lo que dice mi mamá, voy a boletearla mencionándola acá por ahuevada. ¿Cómo va a decir que la llanta estaba "debajo del carro"?-

A mí se me hizo muy raro eso, pero como no sé nada de carros, le di el beneficio de la duda y fui a buscar la dichosa llanta que supuestamente estaba debajo del carro. Me agaché por un lado, por el otro, una vez, dos veces, pero nada, yo no veía absolutamente nada. Se la habrán robado, pensé, no falta el enanito en los parqueaderos robándose las llantas de repuesto que están debajo de los carros. Seguro es hincha americano, o político.

Entonces acudí al ser que suele sacarme de situaciones adversas como estas: “el Fi” –a los lectores nuevos le digo que se pronuncia “fai” y que no voy a decirles quien es porque en muchas publicaciones pasadas lo he mencionado. Hagan de cuenta que es mi hermano mayor, confórmense con eso-.

Fui a la casa del “Fi”, la cual queda a la vuelta de la mía y teniendo en cuenta la gravedad del asunto –yo tenía que ir a la universidad-, me vi en la penosa obligación de despertarlo y pedirle que me ayudara a despinchar como fuera. En ese momento ya eran la 8:30 de la mañana, más o menos.

El “Fi” como siempre tuvo toda la disposición de ayudarme con aquello, apenas lo desperté se paró de la cama y juntos vinimos a mi casa a ver como hacíamos. Él abrió la bodega y sacó –yo no sé de dónde porque nunca había visto eso en mi carro- todo lo necesario para hacerle esa delicada intervención quirúrgica al auto. Sacó un gato, una cruceta, un kit de emergencia y –quien fuera a imaginarlo- hasta una llanta de repuesto.

Hay que desatornillar la llanta –en la mayoría de los casos la que se quiere cambiar, no se recomienda hacerlo con las otras, ahí les tiro el dato-, eleve el carro con el gato -el cual, dicho sea de paso, debe ser uno mecánico; no creo que ni el “gato” Pérez, ni el “gato” Arce, quien además es amigo de esta casa, sean capaces de alzar un carro por sus propios medios-, quite la llanta, ponga la de repuesto, baje el carro con el gato, atornille la nueva y listo. Sencillo. Ya hasta me aprendí los pasos.

Quedé hecho un lulo en materia de despinchandas, tanto es así que cuando les pase, si no saben del tema, no duden en llamarme que yo de una voy y los asesoro. No importa donde estén, no importa la llanta de repuesto: no se preocupen que en caso de que no la tengan, le decimos al “gato” Arce que vaya al parqueadero más cercano y se robe una de algún carro que la tenga por debajo. Por mis lectores lo que sea.

miércoles, 13 de abril de 2011

N. de la R.

El hijo de Yaneth está en un tiempo de transición y creemos que se vienen cosas buenas, sino seguiremos con las mismas desfachateces de siempre. Por ahora estamos en la revista Kien&Ke http://kienyke.com/komunidad/author/julianhernandez/

jueves, 10 de febrero de 2011

Recordar es sufrir

(Hace un año escribí lo que algunos catalogaron como lo mejor que se ha visto en este espacio. A manera de conmemoración lo vuelvo a publicar para que lo lean los que no lo han hecho y lo recuerden aquellos a quienes tanto les gustó. No sobra decir que si el post no le gusta definitivamente este no es un blog para usted. Ojala disfruten leyéndolo tanto como yo lo disfruté escribiendo).

Después de tanto aplazar una cirugía que no me hicieron cuando niño, y al ver que cada vez se hacía más tarde: me preparé psicológicamente y le dije a mi mamá que me pidiera una cita con un especialista en penes.


Le pedí que preguntara entre sus amistades por un urólogo al cual yo pudiera dejarle mi futuro en sus manos, literalmente. Luego, pocos días después, mi madre ya tenía el contacto del dichoso doctor.

Se trataba del Dr. Juan Carlos Erazo, Urólogo Cirujano de la Universidad de Chile, quien atiende en la Clínica Imbanaco acá en la ciudad de Cali.

7:00 a.m.

-Aló

-Q’hubo, ¿ya se levantó? -era mi mamá

-¡No!

-¿Y qué piensa para levantarse?

-Nada má, por lo regular siempre estoy dormido antes de levantarme, y por más que lo intento, aun no he podido desarrollar esa habilidad

-Pues mijo, se va levantando

-¿Y por qué? Ni que hoy fuera la cita con el urólogo

-¡Si! Y es a las ocho, así que se va levantando ¿oyó? Es en la torre C, acá lo espero… Y ni si le ocurra llegar tarde.

Ella ya estaba allá. No porque sea una afiebrada esquizofrénica que llega una hora antes a sus citas, sino porque en esos días estaba realizando unas terapias en el mismo sitio.

7:15 a.m.

-¡Aló!

-Q’hubo ¿ya se levantó?

-¡Ay no!

-Vea Julián: la cita esta para las ocho. No vaya a llegar tarde porque mejor dicho. Ese Doctor es muy ocupado.

-Bueno

10 minutos más tarde

-¡Aló!

-Q’hubo ¿ya se levantó?

-Si señora

-¿y ya se bañó?

-Ahh ¿también hay que bañarse?

No me dijo nada y colgó.

Increíblemente y contra todos los pronósticos pude llegar a tiempo. No voy a negar que estaba un poco precavido –asustado, cagado- ¿Quién no? Yo había tenido citas con odontólogos, deportologos, dermatólogos, fonoaudiólogos -y hasta con manes que hacen logos- pero en cuestiones de urólogos, con quienes la cosa es más delicada, esta era mi primera vez.

Cabe agregar que mi mamá estaba como entusiasmada, ¿Entusiasmada? En una cita de esas lo último que uno siente es entusiasmo, claro, como no era ella a quien le iban a tantear su pequeño cómplice.

Con valentía e indecisión me le acerqué a la secretaria, le dije que yo era Julián Hernández, el del blog, y que tenía cita con el doctor. Ella, con la amabilidad que caracteriza a la secretarias me dijo que ya me hacia seguir, y que mientras tenía que llenarle unos daticos.

A pesar de que eran preguntas de rutina, debo confesar que vacilé un poco cuando me preguntó cuanto media, es decir, si hubiera ido al odontólogo hubiera dicho 1,82 mt. Pero como estaba con ya-saben-quien no sabía por cuál de los dos estaba preguntando.

En esas salía un señor del consultorio, no era el doctor, era un paciente. Paciente que salió bastante contento, cosa que me dejó más prevenido. ¿Qué es peor: salir triste o contento del urólogo? No lo sé, hubiese preferido que no hubiera salido nadie. ¿Qué se hace allá dentro? ¿Por qué ese señor salió con cara de ponqué? Sabrá Dios.

-señor Hernández, siga –me dijo la secretaria

-señorito –la corregí

Mi madre, muy querida ella, me preguntó que si quería que me acompañara, yo le dije que no, que tranquila, que de mejores cosas se había perdido.

Abrí, entré, cerré y me senté.

-¿Qué mas Julián? –el hombre era picadísimo a que rompía el hielo

-Bien bien doctor, todo bien

-ahh bueno, contame ¿Qué te trae por acá?

-No pues por acá me trae el M.I.O pero hoy me vine en taxi

-jajaja hombre, en serio ¿Qué te trae por acá?

-Pues doctor ¿cómo le dijera? Es que mi madre, con lo excelente madre que es, fue lo suficientemente irresponsable como para no haberme hecho la circuncisión

-¿Qué? ¿En serio? ¿No te baja? Déjame ver

-¿Qué? ¿Cómo así? –Le dije- ¿así no más? ¿Sin un vinito… un piropo… ni una picadita de ojo?

-No hombre, en serio, bájese los pantalones y acuéstese allá

Efectivamente yo hice caso, me bajé los pantalones y fui a acostarme en la camilla.

Él lo observó, lo tanteo y me dijo listo.

-¿listo? –le pregunté

-Si, listo

-¿Ya me hizo la circuncisión?

-No, esa la hacemos en una semanita más o menos. Lo que digo es que ya vi suficiente. Venga le explico cómo es la cosa.

Volvió al escritorio y me instruyó del tema, me dijo las bondades de la circuncisión, el porqué había que hacerla, como era el procedimiento y su debida recuperación.

***

De ahí salí para coomeva, entregué un par de papeles y me dijeron que en ocho días fuera por las órdenes de la operación.


Efectivamente: ocho días después estaba allá reclamando lo mío. Después fui al consultorio del doctor a la cita pre quirúrgica. Estando allá aproveche para volverle a preguntar los famosos beneficios de la circuncisión –no sé si ya les haya contado, sufro de Alzheimer-.

-Julián, creí que ya te había dicho eso

-Si doctor, pero es para reconfirmar los datos. Es que yo escribo en un blog, y mínimo mínimo se me olvido ponerlos en la primera publicación

-Bueno, la circuncisión, aunque no parezca es muy importante: la parte que te voy a quitar…

-¿lo que me va a quitar? –alarmado lo interrumpí- ¿me va a quedar mas chiquito?

-No, el tamaño no se va a afectar. Lo que te voy a quitar es el cuerito que cubre la cabeza del pene, ven te muestro

-¡No! Aquí el que muestra soy yo, no tiene que ser tan grafico doctor, yo confío en usted

-Ay Julián ¿usted que tiene en esa cabeza?

-Cuero, usted me lo va a quitar ¿ya se le olvido?

Como era de esperarse, no me hizo caso y siguió. Desabotonó las mangas de su camisa y me ilustró con un ejemplo en el cual intervenía también su mano. A mí la verdad se me hizo muy difícil asimilar la metáfora.

Volviendo a los beneficios, me dijo que ante todo la salud, la higiene: que la parte que me quita es justo la parte más receptora de enfermedades de transmisión sexual, y también, la parte más sensible, por ende, ya quitada aquella parte, uno dura más.

Son más los beneficios pero no me acuerdo bien, se los quedo debiendo, o búsquelos por internet, o pregúntenle a un doctor, o ¿que se yo? Esperen y poco a poco yo les voy contando.

En aquella consulta no me demoré mucho. Ese mismo día también me atendió el anestesiólogo, me pasó la dieta para el día de la cirugía y me dio un par de recomendaciones más.

DIA DE LA CIRUGIA

Ese día me levanté temprano porque tenía que almorzar bien trancado: un consomé, un juguito de mango y dos galletas Ducales. Las Ducales –me dijo el doctor- eran para evitar que sintiera hambre –lo malo fue que no dijo durante cuánto tiempo, porque a la hora ya me estaba muriendo del filo tan hijuemadre que tenia-.

Eran las cuatro de la tarde y yo ya estaba en la sala de espera del quirófano. Era un cuartico chiquito y no había mucha gente: una muchacha, su mamá (la de ella), dos señoras, un señor, mi mamá y yo.

Una enfermera vino por mí y me llevo a un cuarto que hacía las veces de vestidor. Allá me cambié, me pesaron, y volví a donde estaba mi mamá.

Cuando llegué me encontré con que esta ya estaba contándole la vida entera a la otra señora, la mamá de la muchacha que estaba allá –no se la de ustedes, pero mi mamá tiene una inmensa necesidad de hacer amigos donde sea, no pierde oportunidad alguna: en la fila de un banco, comprando la leche en la panadería, o en su defecto, en un quirófano-.

Pude notar que tanto la muchacha como su mamá (la de ella) me miraron con cierta picardía, indicio de que ya sabían de que me iban a intervenir. Por mi parte, no vacilé en detalle alguno, me senté al lado de mi madre e hice como si ahí no estuviera nadie.

Me quede sin que pensar y de inmediato mi cabeza se llenó de pensamientos negativos, la ansiedad que me había guardado durante el fin de semana me invadió en tan solo segundos. No quería pensar en nada, no quería sentir nada, pero era inevitable. Sentí miedo como nunca antes había sentido. Trataba de reír, trataba de ocultar lo que estaba sintiendo, pero fue imposible: una madre siempre percibe lo que está sintiendo un hijo.

Apoye mis brazos sobre mis piernas y me incliné hacia adelante. En momentos como ese las palabras sobran, las palabras no existen: mi mamá con tan solo sobarme la espalda me hizo sentir que contaba con todo su apoyo, con toda su fuerza, que todo iba a salir bien, que ella iba a estar ahí, como siempre ha estado, como siempre va a estar, va a estar ahí incondicionalmente para lo que yo necesite. Como solo lo hace una madre.

Y me odié. Me odié por no haber estado con ella cuando a ella le tocó. En el ultimo año y medio la han intervenido quirúrgicamente tres veces y en ninguna he estado con ella, en ninguna le sobe la espalda como ella lo hizo, en ninguna le pase mi fuerza como ella me la pasó, en ninguna me estuve cinco horas en la sala de espera. Maldita sea.

Es inevitable pensar que tu vida está en juego, pues una operación, por más sencilla que sea, siempre tiene su riesgo.

Perdí la noción del tiempo, no sé cuantos minutos pasaron, no sé si fueron muchos o si fueron pocos, estaba sumergido en un mar de pensamientos sin sentido. De repente reaccioné y caí en cuenta que estaban hablando de mi

-Lo peor es que le tiene pánico a las inyecciones –le dijo mi mamá a la mamá de la muchacha

-¿En serio Julián? –ya se sabía mi nombre y todo

-No, esa era antes, ahora soy un hombre nuevo

Fue tranquilizante saber que hasta en esos momentos tenía la capacidad de mamar gallo. En esas llegó una enfermera, cogió unos papeles que estaban sobre la mesa, al ver que era el único hombre presente, me miró y me preguntó que si estaba listo. Yo asentí con la cabeza, abracé a mi mamá y me fui con la enfermera.

-Hola Julián, yo soy Patricia y voy a estar contigo durante todo el procedimiento –me dijo mientras caminábamos hacia el quirófano

-Gracias –le dije- ¿me haces un favor? Lo que pasa es que creo que me puse la batola mal, mira si se me están viendo las nalgas, porfa

Con la famosa técnica del ‘no, pero venga veo’ me abrió la bata a mitad de camino, echó un vistazo y me dijo:

-Ahí te la acomodé

Seguimos caminando, notaba como mi respiración se tornaba más lenta cada que nos acercábamos.

Quirófano número dos, me recibe Andrea, me dice que ella es la instrumentadora, me sonríe, me tranquiliza, dice que todo va a salir bien, que el médico debe de estar por llegar. Patricia me acuesta en esa vaina donde lo operan a uno y trata de ponerme charla, me pregunta cosas sobre mi vida; cada dos segundos me preguntaba que si estoy listo, que si tengo nervios. Titubeando le digo que no, que ni lo uno ni lo otro, que no estoy tranquilo pero que no tengo nervios. Estoy temblando. No paro de temblar.

El reloj avanza, ellas hablan entre si, a veces meto la cucharada. Sigo temblando, Patricia me arropa, me sonríe, me dice que ya me van a ir preparando, coge una aguja y me cauteriza una vena de la mano izquierda. No me dolió.

Miro el reloj, hace 20 minutos me debieron haber operado, sigo temblando, no siento el frio ¿será que es tanto el frio que ya ni lo siento? ¿Será que no es frio? ¿Será que son los nervios? Al lado del reloj hay un Jesucristo colgado en la pared.

-Señor, me alegra verlo por acá –mentalmente le digo al Jesucristo

No me responde nada, no necesito que me responda, sé que me está viendo, sé que me está escuchando.

-Así mi relación con tu iglesia no sea la mejor –le sigo diciendo- vos sabes que yo a vos te llevo en la buena. Vos sabes que vos quisiste que fuera así, y entre todo, vos sabes que yo a vos te caigo bien

Él sigue sin responderme.

-Pase lo que pase –continuo- gracias por todo…

-Buenas tardes –llego en anestesiólogo

-Doctor, ¿Cómo esta? –le dice Patricia

Él se acerca, me pregunta como estoy; le digo que he estado mejor, pero que no me puedo quejar; me dice que el doctor se está cambiando, que no demora; le digo que no importa, que si lo voy a ver antes de dormirme, que lo que pasa es que tengo algo muy importante para decirle. Me dice que listo, que no me preocupe. Patricia y Andrea le cuentan al anestesiólogo todo lo que les había contado, el ambiente se torna familiar, se me sale una carcajada, ellas también se ríen.

En esas llega el doctor, y con él, un frio que me recorrió todo el cuerpo. Creo que me puse pálido, estoy seguro que me puse pálido.

-Buenas ¿como están? –saluda el viejo JuanCa, el Urólogo

-Bien doctor –al unísono responden Patricia y Andrea- lo único es que llegó usted y este señor se puso pálido

-¡Señorito! –las corregí

De repente oí una voz que provenía de atrás

-sigue respirando –era el anestesiólogo

¿Sigue respirando? ¿Cuándo empecé a hacerlo? ¿En qué momento me pusieron esta careta? –estaba algo desubicado, como tonto.

-¿ya me voy a dormir? –le pregunte al anestesiólogo

-Si

-Bueno –dije con voz muy sabia- mi futuro está en sus manos, literal. Yo quiero tener dos hijos, ser padre es mi mayor anhelo… Mucho ojo Doc, bien pulidito, yo veré…

-Julián

-¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?

***

Tuve cuatro días para el olvido, de martes a viernes, fue horrible: mantenía todo el día echado en la cama, no resistía ni el mas mínimo roce en mi pequeño cómplice, solo me paraba a comer y a ‘descomer’, mantenía en bola, dormía en una sola posición, la espalda la tenia jodida, me tenían que hacer todo. Quería morirme. Que mierda estar así.

Al otro día de la operación, el martes para ser más exactos, de la clínica mandaron a una enfermera para que viera como estaba yo. Muy querida ella, me examinó, examinó al operado, y dijo que nos veía bien a ambos, que estábamos logrando una ideal recuperación, y que seguramente en un par de días íbamos a estar bien.

Hay dos cosas que le reprocho a mi mamá: una es no haberme hecho la circuncisión cuando estaba pequeño –yo, porque él lo sigue estando-; y la otra es que cuando me la hice, no le preguntó al doctor si me podía bañar o no. Y tanto que le insistí:

-Mami, cuando venga el doctor a decirte como salió la operación, le preguntas que si me puedo bañar después de, porfa –le dije dos segundos antes de entrar al quirófano

Como a doña Yaneth se le olvidó preguntarle al doc, me tocó preguntarle a la enfermera que vino a mi casa, ella me dijo – y ojo a esto- que no se me fuera a ocurrir bañarme, que ni por el putas, que mejor dicho…

Era viernes y yo ya estaba mamado. No bañarse durante cuatro largos días no es nada fácil, el pelo se te vuelvo mantecoso, las esencias que salen de tu cuerpo no son las mejores, la piel se te vuelve insoportable y la pecueca, ni se diga, espantosamente fétida.

No entiendo como hay personas que aguantan tanto tiempo así, sin bañarse, por eso admiro a Ana Karina Soto, no debe de ser fácil –la no bañada, aclaro; Porque ella ya ha demostrado que si-

Decía que no soportaba un día más, menos mal estaba a pocas horas de la cita con el doctor. El Fi (recuerden que se pronuncia ‘fai’) ya estaba por llegar y yo estaba prácticamente listo, solo era ponerme la pantaloneta.

-‘Solo era ponerse la pantaloneta’–escuche una voz algo sarcástica- ¿vos sos bobo o qué? Esa es la parte más difícil, eso es lo peor –House ¿eres tú?

Era mi conciencia la que hacia ese llamado, la que me advertía lo que se venía. Pero yo, como nunca le hago caso, fui a ponerme la pantaloneta y que dolor tan hijueputa. No pude, me la quité de una, era insoportable, el más mínimo roce se traducía en la mayor de mis desgracias.

-Tú eres fuerte Juli, todo un varón, vamos a demostrar de que estas hecho –me decía yo mismo como para darme ánimo y toda la vaina.

-Vos y yo sabemos que no vas a poder –otra vez aquella voz, House ¿eres tú?

Le quité la malla a la mejor pantaloneta que tengo, conté hasta diez y cuando iba en seis me subí esa pantaloneta sin pensar ni siquiera en las consecuencias. Jueputa, duele, duele mucho. Fue ahí cuando tome la decisión de coger la parte frontal de la pantaloneta y la cogí con la mona como cuando uno ‘arma carpa’ –los hombres me entienden-. Fue la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo.

Así llegué al consultorio, la imagen visual era reprochable, nunca en mi vida había estado tan vulnerable. La imagen, como les digo, era patética, y el consultorio lleno, como pa’ variar.

-Usted viene para donde el doctor Erazo –me preguntó un viejo que estaba en el asiento de al lado

-Si

-Esta como demorado

-¿Si? –le respondí con cara como de ‘pregúntame cuanto me importa’, lo siento, pero a diferencia de mi mamá, no soy tan bueno haciendo amistades en lugares públicos

-Si, yo estoy aquí desde las cuatro

Yo voltee y me puso a hablar con mi cuñado, no suelo ser grosero, pero en esos momentos, en esa situación, lo último que yo quería era hablar con un viejito marica a punto de entrar a un examen de próstata.

Al fin me hicieron seguir, no había entrado y yo ya me estaba bajando la pantaloneta, sé que la vez pasada pedí si quiera un vinito, pero esta vez no aguantaba un segundo más con eso.

-¿Qué mas hombre?

-Bien doctor, aquí…

-¿Y cómo te ha ido?

-Pues podría estar mejor

-Bueno, vamos a ver eso

-Doctor, no lo llame así, mire que el también tiene sentimiento, si no es capaz de decirle Aquiles, al menos dígale el operado, o el chiquito, como prefiera. Pero no le diga ‘eso’

-Bueno, vamos a quitar eso

-Doctor ¿que le acabo de decir? -un momento: ¿quitar? ¿Dijo quitar?- huy quieto –de una me timbré y me puse en guardia

-Hombre –me dijo el doctor- me refiero a eso

Hizo énfasis en el plástico en el que estaba envuelto mi pequeño cómplice. ¿No les había contado? El estuvo envuelto en una vaina como papel contact todos esos días.

No les miento, la quitada de eso fue el momento más horrible que jamás he vivido. Nunca, y es en serio, nunca había experimentado tanto dolor. Jueputa, me acuerdo y me duele. Es indescriptible. La verdad no quiero hablar de eso. Es lo peor que me ha pasado en la vida, lo juro, me dolió hasta el alma.

-Sudaste huevon –me dijo el doc después de haberme quitado el plástico

-Gracias doc, viniendo de usted eso es un halago –le respondí- y si, no solo me hizo sudar, me hizo fue rezar

-Que va, eso no es nada –me dio una palmadita en la espalda y se sentó en su escritorio

Yo, que aun no me reponía de semejante dolor, no tuve fuerza para responderle. Hubiera sido mejor que me lo hubiera quitado –pensé- el dolor es muy horrible.

-Vea doc –le dije ya cuando me estaba reponiendo- le recomiendo la incapacidad

-ahh claro, vos quedas incapacitado por una semana más, y él, él no puede tener actividad por un mes

-Otra cosita, ¿Cuáles es que son los beneficios de la circuncisión?

-¿usted porque siempre me pregunta lo mismo? –Y agregó sin darme oportunidad de responderle- primero que todo: la higiene. Segundo que todo: Vas a durar más cuando tengas relaciones. Y tercero que todo: reducís las posibilidades de contraer algún tipo de enfermedad. Ahora no es que lo vaya a meter en cualquier huaca ¿no?

-No doctor, como se le ocurre, siempre muy selectivo en ese aspecto

-ahh bueno, me alegra

Mientras el escribía la excusa medica, yo me puse a detallar como había quedado mi pequeño cómplice.

-Doctor, doctor –lo llamé desesperado- me Salió otra hueva

-Hueva usted, eso es un ‘hematomita’

-¿Hematomita? Eso está muy grande (el hematoma, no el chichi) –estaba impresionado, y tenía que estarlo, mi muchacho había quedado deforme- ¿eso va a quedar así de feo?

-No, yo soy pulido. Eso le queda como de revista

-¿Y en cuanto tiempo voy a estar así bien del todo?

-No sé, en una semanita vas a estar mejor…