lunes, 22 de marzo de 2010

El talón de Aquiles: Maldita recuperación

Estimado lector: esta es la tercera parte de una trilogía que comenzó con ‘El talón Aquiles: la cita’, siguió con ‘El talón de Aquiles: la cirugía’ y culmina con esta ‘El talón de Aquiles: maldita recuperación’

Tuve cuatro días para el olvido, de martes a viernes, fue horrible: mantenía todo el día echado en la cama, no resistía ni el mas mínimo roce en mi pequeño cómplice, solo me paraba a comer y a ‘descomer’, mantenía en bola, dormía en una sola posición, la espalda la tenia jodida, me tenían que hacer todo. Quería morirme. Que mierda estar así.

Al otro día de la operación, el martes para ser más exactos, de la clínica mandaron a una enfermera para que viera como estaba yo. Muy querida ella, me examinó, examinó al operado, y dijo que nos veía bien a ambos, que estábamos logrando una ideal recuperación, y que seguramente en un par de días íbamos a estar bien.

Hay dos cosas que le reprocho a mi mamá: una es no haberme hecho la circuncisión cuando estaba pequeño –yo, porque él lo sigue estando-; y la otra es que cuando me la hice, no le preguntó al doctor si me podía bañar o no. Y tanto que le insistí:

-Mami, cuando venga el doctor a decirte como salió la operación, le preguntas que si me puedo bañar después de, porfa –le dije dos segundos antes de entrar al quirófano

Como a doña Yaneth se le olvidó preguntarle al doc, me tocó preguntarle a la enfermera que vino a mi casa, ella me dijo – y ojo a esto- que no se me fuera a ocurrir bañarme, que ni por el putas, que mejor dicho…

Era viernes y yo ya estaba mamado. No bañarse durante cuatro largos días no es nada fácil, el pelo se te vuelvo mantecoso, las esencias que salen de tu cuerpo no son las mejores, la piel se te vuelve insoportable y la pecueca, ni se diga, espantosamente fétida.

No entiendo como hay personas que aguantan tanto tiempo así, sin bañarse, por eso admiro a Ana Karina Soto, no debe de ser fácil –la no bañada, aclaro; Porque ella ya ha demostrado que si-

Decía que no soportaba un día más, menos mal estaba a pocas horas de la cita con el doctor. El Fi (recuerden que se pronuncia ‘fai’) ya estaba por llegar y yo estaba prácticamente listo, solo era ponerme la pantaloneta.

-‘Solo era ponerse la pantaloneta’–escuche una voz algo sarcástica- ¿vos sos bobo o qué? Esa es la parte más difícil, eso es lo peor –House ¿eres tú?

Era mi conciencia la que hacia ese llamado, la que me advertía lo que se venía. Pero yo, como nunca le hago caso, fui a ponerme la pantaloneta y que dolor tan hijueputa. No pude, me la quité de una, era insoportable, el más mínimo roce se traducía en la mayor de mis desgracias.

-Tú eres fuerte Juli, todo un varón, vamos a demostrar de que estas hecho –me decía yo mismo como para darme ánimo y toda la vaina.

-Vos y yo sabemos que no vas a poder –otra vez aquella voz, House ¿eres tú?

Le quité la malla a la mejor pantaloneta que tengo, conté hasta diez y cuando iba en seis me subí esa pantaloneta sin pensar ni siquiera en las consecuencias. Jueputa, duele, duele mucho. Fue ahí cuando tome la decisión de coger la parte frontal de la pantaloneta y la cogí con la mona como cuando uno ‘arma carpa’ –los hombres me entienden-. Fue la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo.

Así llegué al consultorio, la imagen visual era reprochable, nunca en mi vida había estado tan vulnerable. La imagen, como les digo, era patética, y el consultorio lleno, como pa’ variar.

-Usted viene para donde el doctor Erazo –me preguntó un viejo que estaba en el asiento de al lado

-Si

-Esta como demorado

-¿Si? –le respondí con cara como de ‘pregúntame cuanto me importa’, lo siento, pero a diferencia de mi mamá, no soy tan bueno haciendo amistades en lugares públicos

-Si, yo estoy aquí desde las cuatro

Yo voltee y me puso a hablar con mi cuñado, no suelo ser grosero, pero en esos momentos, en esa situación, lo último que yo quería era hablar con un viejito marica a punto de entrar a un examen de próstata.

Al fin me hicieron seguir, no había entrado y yo ya me estaba bajando la pantaloneta, sé que la vez pasada pedí si quiera un vinito, pero esta vez no aguantaba un segundo más con eso.

-¿Qué mas hombre?

-Bien doctor, aquí…

-¿Y cómo te ha ido?

-Pues podría estar mejor

-Bueno, vamos a ver eso

-Doctor, no lo llame así, mire que el también tiene sentimiento, si no es capaz de decirle Aquiles, al menos dígale el operado, o el chiquito, como prefiera. Pero no le diga ‘eso’

-Bueno, vamos a quitar eso

-Doctor ¿que le acabo de decir? -un momento: ¿quitar? ¿Dijo quitar?- huy quieto –de una me timbré y me puse en guardia

-Hombre –me dijo el doctor- me refiero a eso

Hizo énfasis en el plástico en el que estaba envuelto mi pequeño cómplice. ¿No les había contado? El estuvo envuelto en una vaina como papel contact todos esos días.

No les miento, la quitada de eso fue el momento más horrible que jamás he vivido. Nunca, y es en serio, nunca había experimentado tanto dolor. Jueputa, me acuerdo y me duele. Es indescriptible. La verdad no quiero hablar de eso. Es lo peor que me ha pasado en la vida, lo juro, me dolió hasta el alma.

-Sudaste huevon –me dijo el doc después de haberme quitado el plástico

-Gracias doc, viniendo de usted eso es un halago –le respondí- y si, no solo me hizo sudar, me hizo fue rezar

-Que va, eso no es nada –me dio una palmadita en la espalda y se sentó en su escritorio

Yo, que aun no me reponía de semejante dolor, no tuve fuerza para responderle. Hubiera sido mejor que me lo hubiera quitado –pensé- el dolor es muy horrible.

-Vea doc –le dije ya cuando me estaba reponiendo- le recomiendo la incapacidad

-ahh claro, vos quedas incapacitado por una semana más, y él, él no puede tener actividad por un mes

-Otra cosita, ¿Cuáles es que son los beneficios de la circuncisión?

-¿usted porque siempre me pregunta lo mismo? –Y agregó sin darme oportunidad de responderle- primero que todo: la higiene. Segundo que todo: Vas a durar más cuando tengas relaciones. Y tercero que todo: reducís las posibilidades de contraer algún tipo de enfermedad. Ahora no es que lo vaya a meter en cualquier huaca ¿no?

-No doctor, como se le ocurre, siempre muy selectivo en ese aspecto

-ahh bueno, me alegra

Mientras el escribía la excusa medica, yo me puse a detallar como había quedado mi pequeño cómplice.

-Doctor, doctor –lo llamé desesperado- me Salió otra hueva

-Hueva usted, eso es un ‘hematomita’

-¿Hematomita? Eso está muy grande (el hematoma, no el chichi) –estaba impresionado, y tenía que estarlo, mi muchacho había quedado deforme- ¿eso va a quedar así de feo?

-No, yo soy pulido. Eso le queda como de revista

-¿Y en cuanto tiempo voy a estar así bien del todo?

-No sé, en una semanita vas a estar mejor…

* Esta trilogía está dedicada a todas aquellas personas quienes estuvieron conmigo en esas dos semanas, en esas dos trágicas semanas. Gracias por todo. Ustedes saben quienes son.

**El hijo de Yaneth celebra que su ciudad este progresando. Apoya esta causa y gana buenos premios en http://www.publicarprogresacali.com/ y y gratis, como nos gusta http://bit.ly/progresacali

martes, 2 de marzo de 2010

El talón de Aquiles: la cirugía

(Esta publicación es la continuación de ‘El talón de Aquiles: la cita’ )

A Ximena Amaya y Daisy (¿se escribe así?) Herrera: pilares importantes para que esta publicación saliera hoy (y no después)


De ahí salí para coomeva, entregué un par de papeles y me dijeron que en ocho días fuera por las órdenes de la operación.

Efectivamente: ocho días después estaba allá reclamando lo mío. Después fui al consultorio del doctor a la cita pre quirúrgica. Estando allá aproveche para volverle a preguntar los famosos beneficios de la circuncisión –no sé si ya les haya contado, sufro de Alzheimer-.

-Julián, creí que ya te había dicho eso

-Si doctor, pero es para reconfirmar los datos. Es que yo escribo en un blog, y mínimo mínimo se me olvido ponerlos en la primera publicación

-Bueno, la circuncisión, aunque no parezca es muy importante: la parte que te voy a quitar…

-¿lo que me va a quitar? –alarmado lo interrumpí- ¿me va a quedar mas chiquito?

-No, el tamaño no se va a afectar. Lo que te voy a quitar es el cuerito que cubre la cabeza del pene, ven te muestro

-¡No! Aquí el que muestra soy yo, no tiene que ser tan grafico doctor, yo confío en usted

-Ay Julián ¿usted que tiene en esa cabeza?

-Cuero, usted me lo va a quitar ¿ya se le olvido?

Como era de esperarse, no me hizo caso y siguió. Desabotonó las mangas de su camisa y me ilustró con un ejemplo en el cual intervenía también su mano. A mí la verdad se me hizo muy difícil asimilar la metáfora.

Volviendo a los beneficios, me dijo que ante todo la salud, la higiene: que la parte que me quita es justo la parte más receptora de enfermedades de transmisión sexual, y también, la parte más sensible, por ende, ya quitada aquella parte, uno dura más.

Son más los beneficios pero no me acuerdo bien, se los quedo debiendo, o búsquelos por internet, o pregúntenle a un doctor, o ¿que se yo? Esperen y poco a poco yo les voy contando.

En aquella consulta no me demoré mucho. Ese mismo día también me atendió el anestesiólogo, me pasó la dieta para el día de la cirugía y me dio un par de recomendaciones más.

DIA DE LA CIRUGIA

Ese día me levanté temprano porque tenía que almorzar bien trancado: un consomé, un juguito de mango y dos galletas Ducales. Las Ducales –me dijo el doctor- eran para evitar que sintiera hambre –lo malo fue que no dijo durante cuánto tiempo, porque a la hora ya me estaba muriendo del filo tan hijuemadre que tenia-.

Eran las cuatro de la tarde y yo ya estaba en la sala de espera del quirófano. Era un cuartico chiquito y no había mucha gente: una muchacha, su mamá (la de ella), dos señoras, un señor, mi mamá y yo.

Una enfermera vino por mí y me llevo a un cuarto que hacía las veces de vestidor. Allá me cambié, me pesaron, y volví a donde estaba mi mamá.

Cuando llegué me encontré con que esta ya estaba contándole la vida entera a la otra señora, la mamá de la muchacha que estaba allá –no se la de ustedes, pero mi mamá tiene una inmensa necesidad de hacer amigos donde sea, no pierde oportunidad alguna: en la fila de un banco, comprando la leche en la panadería, o en su defecto, en un quirófano-.

Pude notar que tanto la muchacha como su mamá (la de ella) me miraron con cierta picardía, indicio de que ya sabían de que me iban a intervenir. Por mi parte, no vacilé en detalle alguno, me senté al lado de mi madre e hice como si ahí no estuviera nadie.

Me quede sin que pensar y de inmediato mi cabeza se llenó de pensamientos negativos, la ansiedad que me había guardado durante el fin de semana me invadió en tan solo segundos. No quería pensar en nada, no quería sentir nada, pero era inevitable. Sentí miedo como nunca antes había sentido. Trataba de reír, trataba de ocultar lo que estaba sintiendo, pero fue imposible: una madre siempre percibe lo que está sintiendo un hijo.

Apoye mis brazos sobre mis piernas y me incliné hacia adelante. En momentos como ese las palabras sobran, las palabras no existen: mi mamá con tan solo sobarme la espalda me hizo sentir que contaba con todo su apoyo, con toda su fuerza, que todo iba a salir bien, que ella iba a estar ahí, como siempre ha estado, como siempre va a estar, va a estar ahí incondicionalmente para lo que yo necesite. Como solo lo hace una madre.

Y me odié. Me odié por no haber estado con ella cuando a ella le tocó. En el ultimo año y medio la han intervenido quirúrgicamente tres veces y en ninguna he estado con ella, en ninguna le sobe la espalda como ella lo hizo, en ninguna le pase mi fuerza como ella me la pasó, en ninguna me estuve cinco horas en la sala de espera. Maldita sea.

Es inevitable pensar que tu vida está en juego, pues una operación, por más sencilla que sea, siempre tiene su riesgo.

Perdí la noción del tiempo, no sé cuantos minutos pasaron, no sé si fueron muchos o si fueron pocos, estaba sumergido en un mar de pensamientos sin sentido. De repente reaccioné y caí en cuenta que estaban hablando de mi

-Lo peor es que le tiene pánico a las inyecciones –le dijo mi mamá a la mamá de la muchacha

-¿En serio Julián? –ya se sabía mi nombre y todo

-No, esa era antes, ahora soy un hombre nuevo

Fue tranquilizante saber que hasta en esos momentos tenía la capacidad de mamar gallo. En esas llegó una enfermera, cogió unos papeles que estaban sobre la mesa, al ver que era el único hombre presente, me miró y me preguntó que si estaba listo. Yo asentí con la cabeza, abracé a mi mamá y me fui con la enfermera.

-Hola Julián, yo soy Patricia y voy a estar contigo durante todo el procedimiento –me dijo mientras caminábamos hacia el quirófano

-Gracias –le dije- ¿me haces un favor? Lo que pasa es que creo que me puse la batola mal, mira si se me están viendo las nalgas, porfa

Con la famosa técnica del ‘no, pero venga veo’ me abrió la bata a mitad de camino, echó un vistazo y me dijo:

-Ahí te la acomodé

Seguimos caminando, notaba como mi respiración se tornaba más lenta cada que nos acercábamos.

Quirófano número dos, me recibe Andrea, me dice que ella es la instrumentadora, me sonríe, me tranquiliza, dice que todo va a salir bien, que el médico debe de estar por llegar. Patricia me acuesta en esa vaina donde lo operan a uno y trata de ponerme charla, me pregunta cosas sobre mi vida; cada dos segundos me preguntaba que si estoy listo, que si tengo nervios. Titubeando le digo que no, que ni lo uno ni lo otro, que no estoy tranquilo pero que no tengo nervios. Estoy temblando. No paro de temblar.

El reloj avanza, ellas hablan entre si, a veces meto la cucharada. Sigo temblando, Patricia me arropa, me sonríe, me dice que ya me van a ir preparando, coge una aguja y me cauteriza una vena de la mano izquierda. No me dolió.

Miro el reloj, hace 20 minutos me debieron haber operado, sigo temblando, no siento el frio ¿será que es tanto el frio que ya ni lo siento? ¿Será que no es frio? ¿Será que son los nervios? Al lado del reloj hay un Jesucristo colgado en la pared.

-Señor, me alegra verlo por acá –mentalmente le digo al Jesucristo

No me responde nada, no necesito que me responda, sé que me está viendo, sé que me está escuchando.

-Así mi relación con tu iglesia no sea la mejor –le sigo diciendo- vos sabes que yo a vos te llevo en la buena. Vos sabes que vos quisiste que fuera así, y entre todo, vos sabes que yo a vos te caigo bien

Él sigue sin responderme.

-Pase lo que pase –continuo- gracias por todo…

-Buenas tardes –llego en anestesiólogo

-Doctor, ¿Cómo esta? –le dice Patricia

Él se acerca, me pregunta como estoy; le digo que he estado mejor, pero que no me puedo quejar; me dice que el doctor se está cambiando, que no demora; le digo que no importa, que si lo voy a ver antes de dormirme, que lo que pasa es que tengo algo muy importante para decirle. Me dice que listo, que no me preocupe. Patricia y Andrea le cuentan al anestesiólogo todo lo que les había contado, el ambiente se torna familiar, se me sale una carcajada, ellas también se ríen.

En esas llega el doctor, y con él, un frio que me recorrió todo el cuerpo. Creo que me puse pálido, estoy seguro que me puse pálido.

-Buenas ¿como están? –saluda el viejo JuanCa, el Urólogo

-Bien doctor –al unísono responden Patricia y Andrea- lo único es que llegó usted y este señor se puso pálido

-¡Señorito! –las corregí

De repente oí una voz que provenía de atrás

-sigue respirando –era el anestesiólogo

¿Sigue respirando? ¿Cuándo empecé a hacerlo? ¿En qué momento me pusieron esta careta? –estaba algo desubicado, como tonto.

-¿ya me voy a dormir? –le pregunte al anestesiólogo

-Si

-Bueno –dije con voz muy sabia- mi futuro está en sus manos, literal. Yo quiero tener dos hijos, ser padre es mi mayor anhelo… Mucho ojo Doc, bien pulidito, yo veré…

-Julián

-¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?

*Esta historia continua con ‘El talón de Aquiles: una horrible recuperación’ su última entrega, espérela*

PD: el Hijo de Yaneth rechaza el cambio de horario del Noticiero 90 Minutos. Abadía: vete al carajo