Siempre fui obligado a vivir como un niño más grande de lo que mi edad indicaba, primero, porque era más alto que todos los niños contemporáneos, y segundo, porque fui hermano y primo de la mitad y yo no me iba a “mariquear” con primos menores, no señor, yo me juntaba con los grandes, los que fumaban (así solo les prendiera sus cigarrillos), los que jugaban parqués con aguardiente hasta la madrugada (así no tomara, ni entendiera cómo soplar en el juego), los que hablaban de “la paja” y de las musas que inspiraban el acto (así pensara que la paja picaba mucho); así no entendiera, yo debía estar ahí.
Gracias a esta personalidad de niño grande, el día que a mi hermano mayor le hablaron sobre sexo, yo estuve allí a la edad de 6 años y fue nuestra madre, Doña Luisa, quien se apoderó del tema con gran madurez, a pesar de que actualmente escuche las palabras “clítoris”, “teta”, “pene”, “Kamasutra” y “sesenta y nueve” y suelte una carcajada nerviosa.
Creo que a ella nunca le enseñaron sobre sexo tal y como ella nos enseñó a mi hermano y a mí:
– Felipe, Diego, esto es un condón y sirve para prevenir embarazos no deseados y para evitar enfermedades mortales –dijo una nerviosa madre.
Así empezó la demostración, mientras Doña Luisa rompía uno de los cientos de empaques dorados que mi papá guardaba en el cajón de su escritorio y que, hasta ese día, tenía entendido que eran chicles –chicles que a él no le gustaba compartir con sus hijos, motivo por el cual no solo sentí mucha ira, sino que casi a diario buscaba la forma de encontrar la llave del cajón para sacar un preciado dulce–. Tocamos el látex, tratamos de entender su forma y función, sonreíamos de curiosidad mientras Doña Luisa sonrojada decía:
–No les dé pena por un condón, es algo muy común e indispensable en toda relación, cuando dos personas se quieren lo usan regularmente.
Nosotros no sentíamos pena, sentíamos curiosidad, no entendíamos su funcionalidad, lo que sí entendimos era que si mi papá y mi mamá lo usaban debía ser bueno. Mi mamá miraba el condón y seguía sin parar su discurso:
– Hijos, su vida estará llena de tentaciones, las cuales serán mucho menos peligrosas con un condón.
Es decir, caigan en la tentación, pero caigan de pie.
Luego de diez minutos de manoseo y discurso mi hermano mayor interrumpió al decir
– Ya, ya no más, ya entendimos que sin este caucho no podemos vivir, pero ¿en qué dedo lo usamos?
Ante la pregunta, mi mamá soltó su característica risa de bruja y respondió:
–Negrito, eso se usa en el pene.
Yo interpelé:
– ¿El pene es el mejor amigo de las chicas? Eso dice mi abuelito Julio.
– Este… sí… mmm… no, –respondió rápidamente Doña Luisa– el pene es lo que ustedes llaman “pituche”. El pipí, pues.
– Ahhhhh, así sí, dijo mi hermano.
Obviamente, lo primero que hice fue medirme por encima del pantalón el condón, luego hice el mismo acto con mi hermano, que no podía hablar de la risa y que cuando tuvo aliento le dijo a Doña Luisa:
–Mamá, para qué nos muestra este “rondón”, si no nos queda bueno.
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Mi madre nunca supo, a pesar de las mil insistencias nuestras, responder por qué había intentado enseñarnos sobre sexo siendo tan pequeños. Creo que su deseo por educar y ser una buena madre pudo más que la lógica que dictaba nuestra comprensión. Ese mismo día, como usualmente hacíamos, fuimos con mi hermano y mi mamá a comprar arepas de maíz sin pelar con queso costeño al Carulla de Pablo VI, yo compré mi acostumbrado cómic y mi hermano su acostumbrado chocolate de 12 piezas, y al momento de pagar mi madre sacó un billete de 500 pesos que estaba rodeado por un extraño objeto de color blanco. La cajera y el señor que empacó lo comprado miraron a mi madre desconcertados, mientras ella, ruborizada, soltó la carcajada más extraña que alguita vez le escuché y yo inmediatamente le dije a la cajera:
–Señora: no tiene por que sentirse mal, eso es un condón y se utiliza en las relaciones de amor, pues con ese aparato que huele a bolsa vieja a usted no le transmiten a un bebé. ¿Cierto mami que eso es necesario? Mi papá tiene un montón en el escritorio, aunque se le han ido acabando, es que mis papitos se quieren mucho. Desde que usted respete, lo demás es el condón. Mami ¿por qué no le regalamos ese a la señora? De pronto le sirve. Señora: ¿Usted tiene novio? ¿Usan condones?
Desde ese día he sido el imprudente de la familia.
N. de la R.
El anterior texto fue escrito en exclusiva para el especial de aniversario de nuestro blog. Lo expuesto en él no compromete la línea editorial de ‘El hijo de Yaneth’.
¡Excelente post!
ResponderEliminarMe encantó :) muy divertido y pedagógico.
ResponderEliminarMuy buen post. Me divertí mucho con esta inocente anécdota infantil.
ResponderEliminarMi primera vez por aqui. ILIKE
ResponderEliminarMuy bueno, me hizo recordar varias anécdotas :)
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