viernes, 2 de julio de 2010

Citas no citables

Por Nicolás Samper

Un sinónimo de idiotez en el ser humano es el de chuparse el dedo gordo de la mano. No en edad infantil, donde las taras corren libres, sin necesidad de ser trancadas por convenciones sociales y profesoras con alma de institutriz alemana en la Segunda Guerra Mundial. La inocente risa de un niño matizada por los mocos colgantes en una piscina, las costras como elemento comestible y el pulgar arrugado oliendo a pegante de sobre de manila de tantas babas acumuladas, son adorables en los niños –ojalá los de uno, no los de los demás-.

Lo de chuparse el dedo gordo de la mano en personas adultas, con vello en el cuerpo y con actividad sexual frecuente- resulta ser una vergüenza. No es divertido ver que alguien que tiene derecho a votar en elecciones presidenciales se porte como un niño de esos que aparecen en los cuadros de Omar Gordillo. ¿Para qué chuparse el dedo?

Me mostraron una foto de una mujer que me iban a presentar para salir. Fue en el 2001. Una amiga en común decidió hacer el cuadre. Pensó que podíamos ser el uno para el otro. Y en el fondo se sabe que los amigos no siempre hacen bien la labor de Cupido, a pesar de la buena fe. Me pasaron una foto y ojo que era linda. Muy. Era Polaroid la foto, pero no importaba. Realmente prometía mucho. Quedamos de comer un viernes en la noche mi amiga, el novio, la idealizada señorita y yo.

En el trayecto que duró el viaje desde mi casa –lugar donde me recogieron- al restaurante, la mujer no se sacó el pulgar de la boca. Ya no era tan bonita como en la foto de la polaroid, tampoco. No hablaba, no musitaba ruido, apenas un “ejeeeeeeeem” o “ajaaaaaam” enredado entre babas y pulgar cuando yo le decía que qué cosa jodida lo de las Torres Gemelas o que las pastas en el Sol de Nápoles eran deliciosas –y perfectas para quitarle la pendejada del dedo con par palitroques, aunque preferí callar este pedazo-.

La comida fue té para tres aunque había cuatro tazas en la mesa. La disidente seguía degustando falange con falange sin hablar. Aunque su cara de culo era innegable, estaba claro que no era por el rico sabor de su dedo. Seguro yo no era lo que ella, una mujer de hoy, de mundo y que se chupa el dedo esperaba –no puedo negar que fantaseé un poco con su poder de succión, pero pudo más el embejuque por su grosería-. La cita desde su inicio fue un aborto mal practicado y ya no estaba tan bonita como en la foto. De ser perfecta se había convertido de repente en un gamín de Gordillo. Y ni siquiera. No sonreía. A sabiendas de que nada iba a estar peor, me arriesgué a confrontarla, a denunciar su tara:

-Oiga ¿y usted qué es la pendejada de chuparse el dedo toda la noche?

Respondió:

-Sólo me chupo el dedo cuando estoy aburrida.

“Ah vieja de mierda”, fue lo único que pensé. Con semejante patada en el hígado, había que reaccionar, ojalá de manera grosera y jarta, como lo hice yo:

-No, yo cuando estoy aburrido, me largo.

Y me fui, no sin antes decirles a mis amigos, aquellos que no tuvieron la culpa, que yo no iba a cambiar el plan de ver fútbol por tener a semejante imbécil a mi lado. Al espetar la palabra “imbécil”, la mujer se volteó y se sacó el dedo de la boca. Creo que se sorprendió y diría que para bien. Es como si ella se hubiera sentido atraída por ese acto patán, tal vez eso buscaba: la seducción del macho cafre, el rejo que tanta falta le hizo cuando estaba en pañales. Pero ya era tarde, mientras la gamincita de Gordillo parecía reaccionar, yo ya estaba en plan de chuparme el dedo.

Nunca tuve una cita tan mala. Para reformar gamines está Papá Jaramillo. Yo paciencia no tengo y menos para soportar a una mujer con los dedos derretidos y verdosos –yo me como las uñas, ya sé lo que es eso-. Creo que estuvo mejor así. Nadie sabe si con el tiempo la niña de la Polaroid hubiera sacado un tetero en la velación de un tío o –como los niños idiotas que les duele cambiar la mica por el inodoro- pidiera en un bar a gritos desde el baño que le limpiaran la cola porque hizo popó.

N. de la R.

El anterior texto fue escrito en exclusiva para el especial de aniversario de nuestro blog. Lo expuesto en él no compromete la línea editorial de ‘El hijo de Yaneth’.

13 comentarios:

  1. Bueno, bueno, me gustó. Esas viejas así no merecen ni la mirada.

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  2. Terrible pero cierto

    que buen escrito!

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  3. Uy! que buen Equivocado!! y como buen Equivocado, asertivo en irse.
    Debo confesar que me relamí los labios con el caso, le alcancé hasta a hacer el perfil psicológico a esta "mujer": infantiloide, ultramega dependiente y hasta podría predecir cierta simbiosis casi esquizo con la madre.
    De la que te salvaste Nicolás!

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Ja ja ja ja ja ja yo pensé lo de la simbiosis esquizofrénica pero con el papá... por lo general esas dependencias afectivas se ligan mas al complejo de Edipo y de Electra no?
    Que buena entrada!

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  6. No soy psicóloga, así que mi diagnóstico es simple y callejero: perdedora. ¿Además de chuparse el dedo le gusta que la maltraten? De la que te salvaste Nicolás.
    Bueno y divertido tu post.

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  7. Jajaja muy bueno ;)
    Es de la vida real? Increíble!

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  8. las citas a ciegas (eso que en este caso sabías más o menos cómo se veía) son siempre un fracaso.
    Yo decidí que nunca más salgo a una de esas. Menos si uno pregunta cómo se ve el personaje y lo que dicen es: "no, no, no, es charrísimo" o "super buen conversador" "tiene un muy buen trabajo" "gana no-sé-cuánto", todos eufemismos para imbécil o feo.

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  9. Me encantó el imbécil que le lanzó. Lo voy a usar con frecuencia

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  10. Jajaja. No puedo de la risa imaginándome la cara estupefacta de la susodicha imbécil. Creo que le dijo exactamente lo que menos se esperaba. Qué buen post.

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  11. de la que te perdiste, supe que así empezó Linda Lovelace antes de su film deepthroat!, mentiras, buena suerte

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  12. buenisimo!!! jajajaja excelente! ... aunque me dió asco de pensar a que olería ese dedo... ewwggg

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