martes, 6 de julio de 2010

Mi Paraíso Romano

Por Leslie Singer

En los extraños prejuicios sociales, volver a la casa de la mamá es retroceder, sobre todo si se regresa después de disfrutar los aromas y sabores de la independencia. El enfrentamiento convierte cada espacio de la infraestructura conocida como “Hotel mamá”, en un perfecto cuadrilátero de boxeo, en el que eventualmente habrá un caído. Yo soy una desmovilizada de la soledad, dejé mi vida en Bogotá hace ocho meses y regresé para buscar oportunidades de negocio, después de siete años de liderar mis días con autoridad horaria y geográfica, hoy me levanto a las nueve de la mañana, almuerzo a las 12:30pm y de ser posible tendría un Lo-jack en mis zapatos para ubicarme fácilmente.

Aparentemente todo se reduce a una cuestión de autoridad, la madre es dueña del hogar y se hace lo que ella dicte. Sin embargo, sigo siendo independiente: Mi cuarto funciona a mi manera. Y sí, es mi espacio y puedo organizarlo como quiera…pero nada de clavar cosas raras, pegar el afiche de menudo o llamar a mi amigo el de los grafitis para que se deleite con los cuatros metros de lienzo que es la pared.

Lo cierto es que la independencia es más un estado mental, en la medida que tomamos nuestras propias decisiones, creamos nuestros propios espacios y nos acompañamos de quien queremos. ¿Dónde queda pues ese concepto que retornar es retroceder?, en lo social. Las rumbas y el sexo que se invitan en un apartamento de soltero/a no puede ser igual en la casa de la mamá, sólo imaginen el drama de una madre que se pasee por la casa y escuche par de gemidos en el cuarto de su hijo/a, a estas alturas no pensaría que es una película porno. Y por el otro lado, que incómodo es no poder hacer las “cositas” que a uno le gustan con su pareja por toda la casa o en voz baja, lo que implica un gasto extra: El motel.

Recuerdo la primera vez que fui a un motel. Fui con otra pareja de amigos y no porque estuviera con el afán de integrarme a una orgía donde al final no se sabe qué entra ni qué sale. Estaba muerta del susto, tampoco porque ignorara lo que uno va a hacer allá sino por el personaje. El cuarto tenía tres habitaciones, discoteca, jacuzzi, bar y sala; un lugar apropiado para un juego de paintball urbano, o quizás era a propósito crear la idea de estar follando en el apartamento de Kelly y Donna las de Beverly Hills 90210. La entrada a un cuarto de motel daña notablemente la calentura previa, es que el proceso de especificar qué cuarto se quiere entre la oferta de junior, suite y presidencial y la mirada en la billetera para saber qué alcanza enfría toda emoción adquirida previamente en una restregada con reggaetón, salsa romántica o un par de besitos alicorados. Sin embargo después de la selección, dos besos recuperan la intensidad. Yo entré con los ojos cerrados, me traían arrastrada con un beso y lo prefería así, pero no hay beso eterno ni hidratación que lo resista.

No hubo pelea por el cuarto principal, todos eran iguales. Cada pareja entró a su madriguera y no sé cómo habrá empezado allá pero en la mía querían meter el pan sin calentar el horno, que estaba en proceso pero no a los 280 grados recomendables. El tipo me gustaba mucho y me esforcé por darle instrucciones corporales de lo que me gustaba y entender lo que él quería. Tuvimos que ir al jacuzzi porque necesitaba que el sereno me embriagara o algo extraordinario pasara. No quise pensar cuantas personas se han metido ahí, entiéndase que la idea era revolucionar mi acelerador no apagar el carro. Al momento de sentir lo que me esperaba me dio lástima por mi estrechez, auguraba más dolor que placer y finalmente así fue. Traté por todos los medios de distraer el fin de estar en ese lugar, puse música, baile en el palo (pole) de la discoteca, serví trago, me hice la mareada pero cedí al deseo y conocí lo cerca que está el dolor del placer. Si se preguntan por la otra pareja, pues no la volví a ver hasta que nos fuimos.

Después de perder el pánico escénico de los moteles, visité un par diferentes y nunca igualaron mi primera vez. No he vuelto a ese lugar y no quiero dañar el recuerdo que tengo así haya dado muchas vueltas para terminar follando como todos. De volver a la casa de mi madre, lo que más voy a disfrutar es retomar la aventura de “moteliar”, sin duda tengo mucho por recorrer y cosas por escribir.

N. de la R.

El anterior texto fue escrito en exclusiva para el especial de aniversario de nuestro blog. Lo expuesto en él no compromete la línea editorial de ‘El hijo de Yaneth’.

4 comentarios:

  1. Claro, volver a la casa materna debe ser durísimo. Por eso de mi apartamento no me sacan sino es con órden de la Fiscalía.

    Sobre los moteles, son chéveres cuando uno "va a lo que va", pero la presión del tiempo le quita algo de los matices de disfrutar con la pareja de uno su propio espacio: los juegos previos, las despertadas, "dormir libro" arrunchados o el nunca suficientemente celebrado "follar película".

    Finalmente, yo sí creo que la independencia necesita que uno se vaya de la casa: La independencia comienza por irse de la casa.

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  2. Me hubiera gustado leer más sobre la primera parte, la independencia o no independencia en la casa materna. Yo como Apolo prefiero vivir sin mis papás, me parece que los pros de vivir solo superan con creces los de vivir con mamá. Me gustó mucho el texto. ¿Leslie tiene blog?

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  3. Gracias! tengo 2..http://lasequivocadas.blogspot.com y http//tiras-de-papel.blogspot.com

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  4. excelente entrada

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